domingo, 6 de mayo de 2007

Comercialización de Bienes Culturales (Pt. 2) ¿Se Puede?

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El tema sigue siendo tratado y analizado por grandes actores culturales con mucha más experiencia, visión y conocimiento que yo; en estos artículos llegaremos sólo a enterarnos de cómo va avanzando, de varias opiniones de otros ciudadanos comunes y corrientes como nosotros, quizá a algunos les provocará la cuestionante por primera vez, o quizá, para otros, la opinión radique en lo que aquí no se dice. No sé ustedes, pero a veces, hablar y escribir es una forma de pensar, es decir, no es escribir lo que se piensa, ni hablar lo que se piensa, sino estar pensando.
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Antes que nada, se considera que primero habría que resaltar la diferencia entre los bienes culturales y el resto de los productos del mercado. Partamos de la premisa, y corríjanme si me equivoco, los bienes culturales transmiten ideas, valores simbólicos, y modos de vida que contribuyen a formar una identidad colectiva y prácticas culturales, es entonces donde su soporte es lo que permite una reproducción y distribución masiva. En menos palabras, lo comerciable no es la cultura, sino la promoción y difusión de esta. ¿Cómo se comercializa la lengua Náhuatl? No, no se quiebren la cabeza, no se puede, lo que se comercializa son los diccionarios, los métodos de aprendizaje de la lengua, la difusión, principalmente para que no muera.
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Es necesario impulsar a nivel local y mundial la pluralidad de valores y diversidad de creaciones. Las ciudades, siendo éstas consumidores culturales, no pueden contar sólo con opciones extranjeras de consumo. Lo que está en juego es el desarrollo de una identidad colectiva y sus referentes simbólicos que están condicionados por la limitación de oferta cultural.
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‘Los bienes culturales son obras de arte’, éstos deben ser protegidos de la comercialización mediante leyes elaboradas por expertos en la materia, con la participación de los creadores o lo que es lo mismo, con los implicados en el proceso de creación, distribución y comercialización. Esta frase, que fue algo que opinó uno de los diplomados en el foro, va aunado al primer artículo que salió publicado aquí bajo mi colaboración, de políticas culturales, que deben ser elaboradas incluyendo a quienes vayan dirigidas.
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Innegablemente, los bienes culturales tienen un tipo de existencia económica: cuesta producirlos, quien los produce quiere ganar, se necesita que sean consumidos económicamente; pero también es innegable que no sólo tienen un estatuto económico, sino que su existencia va más allá de su valor de mercado. Lo interesante es ver cómo es posible salvaguardar ambas dimensiones: la posibilidad de generar ingresos gracias a la cultura sin que ésta se convierta en un mero bien sujeto a las fluctuaciones del marcado.
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Néstor García Canclini, filósofo de estos quehaceres culturales iberoamericanos, propone que la creación de libre comercio cultural debe ser regional, suena factible, real, ¿no? Los acuerdos deben ser consensuados con los actores sociales, los organismos culturales en los diversos niveles de gobierno, con el apoyo de los empresarios, el sector privado y el sector productivo cultural.
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La cultura es un bien, y al mismo tiempo una mercancía y este último punto es el que complica su inclusión en los tratados o convenios internacionales de naturaleza comercial. Por un lado, la cultura es la manifestación de la identidad de nuestros pueblos, por otro lado, también la cultura se manifiesta en forma de música, cine, artesanías, bordados, teatro, narrativa, etc. Es por esllo que se dificulta incluir a la cultura en un acuerdo internacional, donde se hable acerca de la disminución de tarifas arancelarias o apertura total de las fronteras.
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También es importante definir la necesidad de regular los intercambios culturales, esta necesidad deberá ser atendida con premura en la región latinoamericana, donde los valores culturales de nuestros pueblos están en peligro frente a las enormes empresas culturales de USA, frente a la uniformación de la cultura: somos híbridos culturales. Así, podríamos enfrentarnos a una nueva dinámica de intercambio cultural, una dinámica donde la defensa de nuestras culturas no signifique la hostilización del otro. Ahí tenemos el caso en que la segregación de la cultura mexicana es obvia, el cine, donde USA acapara las salas con una cantidad insultante de películas al año, producidas con presupuestos increíbles, mientras que en México producimos cantidades mucho más pequeñas, películas que en algunos casos tienen calidad y no están disponibles en tantas salas de cine.
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Sería ridículo competir con países que poseen industrias culturales, tales pero sí factible comenzar por firmar convenios de cooperación cultural con los países iberoamericanos para trabajar en conjunto y producir bienes culturales de gran calidad, conjuntando talentos y presupuestos.
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Fin.
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Fuentes:
Foro: Excepción cultural y liberación comercial, Grettel Beloyes. Diplomado en políticas culturales y gestión cultural
Néstor García Canclini, Culturas Híbridas (1993)
Alumnos del diplomado

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